Días pasados no pude menos que asombrarme al leer la noticia del
premio que la Universidad Finisterrae otorgó a un grupo de alumnos, a propósito
de un concurso de proyectos de interés social. El premio en cuestión era por la creación de una aplicación para teléfonos
celulares, denominada “Trueque”, que permitiría a sus usuarios conocer al
instante el valor de diversos objetos y mercancías, para ser
trocados sin necesidad de dinero de por medio.
Hasta aquí podría parecer interesante, dado el aumento en
los últimos tiempos de la modalidad de
trueque en las capas medias de la población. Pero la sorpresa llega cuando uno
se entera de que la idea central del proyecto es que se desarrolle en campamentos,
con lo que uno se pregunta cuál será la posibilidad de los habitantes de
campamentos de disponer de objetos o mercancías que “les sobren” como para
trocar con otros habitantes, supuestamente en las mismas condiciones. Y la
sorpresa aumenta a niveles de incredulidad cuando uno se entera que dicha aplicación
solamente funciona en celulares de última generación...
La primera reflexión es acerca de si esos alumnos estuvieron
alguna vez en un campamento y tomaron contacto con las terribles condiciones
imperantes. O si alguna vez se interesaron en hablar con alguno de sus desafortunados habitantes. O si
alguna vez se preguntaron qué sería lo primero que sensatamente haría alguno de
ellos si cayera en sus manos un teléfono celular de semejante valor. O si
pensaron alguna vez en cuántas cosas necesitarían tener esas personas, antes de la sofisticación que significa internet. Y de nada vale que
se alegue que una compañía telefónica podría interesarse en proveer esa conexión
como experiencia piloto. No es difícil imaginar adónde apunta esa compañía.
Y
la segunda reflexión, realmente preocupante, es que autoridades universitarias
otorguen un premio así, en lugar de hacer revisar a sus alumnos la irrealidad de sus
miradas, por decirlo de una manera suave, o en lugar de hacerlos visitar esos lugares de los que seguramente sólo han oído hablar y a los
que no se han acercado ni en sus fantasías.
Pero quizás lo realmente patético de todo este dislate es
darse cuenta que esta fase altamente tecnificada de nuestra cultura, con sus
variada gama de recursos digitales (Twitter, Facebook, etc.), parece estar haciendo que, por ejemplo, esos
alumnos y autoridades, así como tantísima otra gente, terminen creyendo que la
vida pasa por sus teléfonos.